Casi un mes sin entrenar, salvo dos salidas dolorosas de 5 km y un poco de bicicleta. Casi un mes de dieta crudivegana al 100%. Me perdí la MM de Terrassa, otro clásico, la semana pasada, aún sin recuperarme bien y reservándome para Granollers. Pero la rodilla sigue ahí, con su pequeña inflamación amenazante. Sé que no debo correr, y que la tentación esta vez es más fuerte.

El día se presenta soleado, con un viento frío que ha arrancado las nubes. Con tranquilidad, a pocos minutos de la salida, me coloco entre los demás, sin intentar acceder a mi cajón, más adelante. No es un día para hacer marca, y aún me pregunto si podré terminar. Caliento y estiro un poco entre la impresionante multitud, 50 mil almas atiaborran la avenida y también hay animación por todas partes, incluidos los balcones. El fenomenal ambiente me empuja, y estoy deseando moverme para entrar en calor de verdad.

Salgo despacio, con calma, no hay prisa, no hay tiempo, dejo que todos me pasen, día de footing ligero. El recorrido es ligeramente ascendente, hasta los pueblos aledaños de Canovelles, Les Franqueses y La Garriga, para desandar el camino en la bajada. En todos los tramos, urbanos o campestres, hay animación, bandas de música o timbaleros, gente con proclamas y pancartas de aliento, parace una etapa del tour.

El dolor se hace intenso tras los primeros 5 km, busco mi paso conservador, observo a otro tipo de corredores junto a mí, diferentes a los de otras carreras. Muchos ya están sufriendo de cansancio, calor y sed, y admiro su determinación, y siento ánimos renovados, pues sigo muy fresco a pesar de los daños. Pronto el sol de cara lo ocupa todo, el viento ha parado, fuera guantes y mangas, llega el ecuador con su botellín, y la prometida bajada.

La falta de entrenamiento hace que las piernas estén cargadas, con el agravio de la manera forzada de correr con la rodilla mal. Los dolores se reparten, aumenta el cansancio y el calor, y sigo adelante. Los últimos kilómetros serán muy largos, he conseguido mejorar algo el ritmo, espoleado por el descenso, pero hacia el final ya me cuesta sonreír, el castigo se vuelve poco llevadero. Veo a algunos lesionados, vómitos en directo, participantes que caminan y vuelven al trote, o que buscan a algún compañero con preocupación, contemplo con envidia el esprint de algunos chicos de la Cruz Roja.

Aparece la extensa recta hasta meta, tres kilómetros de muchedumbre, aplausos y gritos, y consigo llegar, ha valido la pena, casi dos horas de experiencia agridulce, bello recorrido, miles de corredores, aficionados y voluntarios volcados con pasión por la carrera y su ciudad. Espero volver en mejores condiciones. Por delante me queda helado reposo, reparaciones varias y dos maratones, la primera de mi vida a seis semanas vista, y con la sombra de si podré afrontarla o no.