Gijón, 30 de marzo de 2013

Antes de hablar de la carrera del sábado, quiero poneros un poquito en antecedentes, así que voy a contaros algo de mi vida (seré breve, lo prometo)

Imaginaos a una niña gordita (sí, me encantaba comer) y con poca coordinación, que vivía en plena ciudad y cuya actividad al aire libre era, digamos, nula. Pues así era yo. Baste contaros como anécdota que a los 6 años o así me apunté a un curso de natación y creo que soy la descubridora del crawl inverso: das brazadas hacia adelante, mientras tu cuerpo retrocede… Desde entonces odio a muerte esos ganchos metálicos con los que los monitores sin escrúpulos te rescatan del agua, dejándote el orgullo en el fondo de la piscina.

Mi alimentación, como ya os dije, nunca fue la más adecuada; y si a esto le añadimos que yo era la única de mi casa que solía tener unos kilitos de más, pues ya os podéis imaginar… Hasta que no me hice vegetariana no empecé a comer de forma sana y equilibrada.

La verdad es que con todos estos antecedentes mi futuro debería haber sido horroroso. Pero yo, aunque no creo en dios ni en el destino, sí pienso que algún extraño azar puso en mi vida a personas maravillosas que me permitieron tomar otra alternativa. La primera, mi marido: sin él no sé dónde estaría ahora ni quién sería; también están mis hermanas, a las que quiero con locura y que me hacen intentar ser mejor persona. Y así, en cada época de mi vida fui conociendo a gente que me marcó y dejó su huella en mí y en mi carácter.

Podría hablaros mi mejor amiga del instituto (ella sabe quién es), compañera infatigable de alegrías y tristezas; o de aquellas personas que supieron guiar mis pasos a lo largo de estos años. Pero hoy prefiero hablar de Marta. Para que luego digan que las nuevas tecnologías son frías y peligrosas… Si no fuese por Facebook nunca habría conocido a esta fantástica persona que, además, es vecina mía. Corredora incansable, disfruta como una niña de las carreras y de la montaña. Oír sus historias y ver el brillo de sus ojos es una verdadera gozada.

Hace unas semanas (coincidiendo con mi 32 cumpleaños, snif) me dio un bajón terrible. Y aunque sigo pensando que mi cuerpo no está hecho para correr, las palabras de ánimo de Marta, y los rodajes que hacemos juntas muchos viernes, me han hecho recapacitar. Cada día estoy más segura que el running es un desafío mental. Y también un desafío a mi pecado vital: la pereza.

Bueno, me centro ya y os cuento por fin cómo salió la carrera del sábado pasado. Era muy cortita, lo cual a mí me motivó bastante. Corríamos juntas las categorías juvenil, senior y veteranos a las 5 de la tarde, así que decidí bajar un poquito antes a recoger el dorsal y ver correr a los más peques. Mención especial para los bebés en la categoría de Chupetines, que corrían con el pañal puesto y algunos incluso con chupete. Me pareció fantástico ver familias de padres con sus hijos trotando juntos y chicos jóvenes de diferentes grupos de atletismo. Un ambiente muy sano para pasar una tarde de sábado apoyando una buena causa.

No hacía mucho frío y aguantó sin llover, pero había bastante viento, sobre todo en una de las rectas. Cuando llegó Marta fuimos a calentar un poquito dejándole las mochilas tiradas de cualquier forma a mi marido, paciente sufridor y animador a partes iguales. A la hora de la salida yo ya iba bastante nerviosa a pesar de que no era mi primera carrera: ya había corrido la San Silvestre de Gijón y la del Barrio de la Sidra. Me coloqué a la cola del grupo y Marta a la cabeza. Me dijo muy convencida que notaba las piernas cansadas (había bajado corriendo desde su casa hasta la playa de Poniente para calentar los músculos), así que pensaba tomárselo con calma. Pues menos mal…

A mí me costó mucho acabar, iba muy fatigada y pensé que me entraba el flato. Marta fue en el grupo de cabeza todo el rato, con una chica joven por delante que había empezado muy fuerte (casi al ritmo de los chicos) pero que no supo gestionar bien las fuerzas; ahí aprovechó para adelantar y entrar en meta con bastante ventaja. Acabó la primera en su categoría y en la absoluta de mujeres. Yo, mientras tanto, ahí iba casi arrastrándome, colorada y sin apenas respiración… Si no fuera por Marta, que nada más terminar me buscó y me acompañó en mi última vuelta, creo que no hubiera acabado corriendo, me habría parado a caminar. ¡¡Si es que es un amor!! Al final, por mi parte, me quedo con que corrí bastante más deprisa de lo que suelo en mis entrenamientos.

Tras la carrera nos quedamos a la entrega de trofeos y al sorteo de varios lotes. Genial que no nos tocaran, casi todos contenían embutido… Y la parte mejor de todas: celebrar el esfuerzo con una cervecita. Aquí creo que soy mejor yo que Marta, jajajaja, o por lo menos andamos a la par.