El año pasado por estas fechas corría mi primera media maratón, con dudas, miedos y al final buenas sensaciones. Y otra vez aquí, en el Canal Olímpic de Castelldefels, a media hora del inicio. Aparco a cierta distancia, me despojo del chándal y estiro y correteo hasta la salida. Toca estar en el primer cajón, pero entro con desconfianza. En el podio, junto al arco hinchable, un locutor enumera la larga lista de campeones nacionales e internacionales, gente con marcas inabarcables ahí, a pocos pasos, cerca de la cinta para no perder un metro. Me voy hacia atrás y reviso mi cometido: un ritmo lo más constante posible, sobre 4,20 m/km, y al final, si se puede apretar, se hace. Como me conozco, aunque odio el peso extra, llevo puesta la aplicación del teléfono, con música y un chivato cada dos km, para no meter la pata.
La salida es un tanto embudo, y los cracks salen en estampida, así que corro más de la cuenta si no quiero ser atropellado, recibir codazos y que me pisen las fivefingers. El camino se abre en una larga recta que, entre huertos, viveros, palmeras y pinos nos conduce hacia el paseo marítimo. No es hasta el k4 cuando me relajo y voy al ritmo programado, dejándome llevar por la música. El cielo se despeja también este año, y hará calor, pero nada de agua embotellada hasta el k10, sólo correr. Avanzamos por un recorrido que consiste en un largo ida y vuelta al paseo, entrar de nuevo en el canal tras subir y bajar un puente sobre la autovía, y repetirlo de nuevo.
El líder destacado de la prueba, y evidente ganador, Otname Btaimi, se nos cruza ya de vuelta, como un cohete, y hace sudar al ciclista que escolta su posición. Eso es correr en serio. Uno de los encantos de este recorrido, que bordea el mar y el complejo del canal olímpico, es que puedes ver las evoluciones de los que van delante y los colistas, por las largas avenidas y esa ida y vuelta. La gente se anima a salir para aplaudir, alentarnos, y es divertido ver como alguno que comienza a trotar con sus auriculares en su mañana deportiva se ve de repente envuelto por la marabunta de gente con prisa y dorsales.
El ritmo se mantiene bien después del k10 y el botellín necesario, he podido entrar en el canal y la primera meta sin agobio, ayudado por la cuesta abajo del puente, que me gusta hacer a tumba abierta. Ahora empieza un poco la carrera en serio, saber dónde estoy y cómo responden mis pies casi descalzos en su primera carrera larga por asfalto. Hasta el k15 cuesta un poco más no decaer, aunque noto que los músculos están sen su par motor, sin molestias y a pleno rendimiento. Sorbemos un poco de líquido azul, gran parte por las gafas de sol, para variar, y rehúso comer nada, a diferencia del año pasado, pues me hace perder el paso y la concentración.
Los 5k siguientes son una lucha por apretar algo más y tirar de reservas. los grupos se han estirado mucho y hay un pique útil por superar al siguiente corredor, sobre todo si recuerdas cómo te dejó atrás con alevosía en km anteriores. Llega el k20, doy más volumen a la música, se acaba la vuelta al paseo y viene la subida al tobogán, que se convierte en escalar una pared, y el galope cuesta abajo, a toda máquina hasta el canal, tratando de sonreír a animadores y fotógrafos, se consuma la fiesta en un giro de noventa a derechas y noto el resoplido de alguien tras de mí, y esta vez ni hablar, no me tapa la llegada, pongo el turbo y le dejo clavado en los 50 metros lisos.
La sensación es grata y el tiempo idéntico al del año pasado. Luego compruebo el GPS y -como averiguaré más tarde- un desvío en el recorrido mal calculado nos ha supuesto 400 m de más. De todas formas lo interesante, a dos semanas de una maratón, era controlar el ritmo y los tiempos de la carrera, ajustarse al objetivo y no sufrir, ni alucinar porque se encuentra uno bien.
Disfrutamos de plátanos, naranjas y frutos secos y atención, no hay butifarra sino pasta party! Genial la organización. Comparto comida y charla con un interesado en el minimalismo -pues parece que no hay más barefoots hoy, ni tampoco vegetarianos alrededor- y luego estiro. Gemelos y lo que sigue hasta los deditos están para el arrastre. Hay un servicio de masajes y mucha cola, pero se me ocurre algo mejor, inigualable: un baño en el mar, pasear sobre las piedritas de la orilla...