Pedro Jesús López-Toribio componente de la Unión Deportiva Vegetariana se planteo un reto, hacer el camino de Santiago en bici, con una particularidad sin parar en todo el trayecto, 790 km. En este enlace nos contaba como se planteaba el reto Camino de Santiago en bici NON-STOP, y si, lo consiguió y nos cuenta como le fue en este artículo. ¡Enhorabuena Pedro!

167 mil pedaladas por los sin voz

Por fin, tras más de 13 mil kilómetros de entrenamientos en carretera este año, además de sesiones de gimnasio, mountain bike, natación, carrera a pie, senderismo, rodillo, etc., llegaba el momento tan ansiado, ese momento donde detrás de él se escondían cientos y cientos de horas de trabajo y sudor ilusionado en intentar ayudar a cambiar las cosas.

El viernes 8 de agosto temprano en la mañana, salimos de Murcia Mari Jose, Pepe y yo con dirección a Pamplona, donde recogeríamos a Elena, y con ella completábamos el equipo que afrontaría este reto.

Tras reunirnos todos nos aprovisionamos en un supermercado de Pamplona y partimos al que sería nuestro alojamiento durante un par de noches, hasta que el reto arrancara. Fue en la Casa Goizeder, en el bonito pueblo de Espinal, a unos 8 kilómetros de Roncesvalles, lugar por todos conocido y que sería punto de partida de esta aventura.

Allí estuvimos un día y dos noches fantásticos, rodeados de unos paisajes maravillosos. Al día siguiente estuvimos haciendo un poquito de turismo, fuimos al propio Roncesvalles y luego hicimos un pequeño viaje hasta Saint Jean Pied de Port, pueblecito francés que marca la invisible frontera entre los dos países y el comienzo del Camino de Santiago francés desde ese país.

Las previsiones meteorológicas decían que estaba pasando la borrasca un poco de largo, no en vano esa noche se podía ver bastantes tormentas y aparato eléctrico, aunque las previsiones para el día siguiente eran buenas en ese sentido. Por mi parte, a las ganas de empezar el reto que ya tenía desde hace muchas semanas (y es que toda una temporada con esto entre ceja y ceja tiene un punto muy motivador pero también bastantes ganas de afrontarlo ya que tanto tiempo pensando en ello llega hasta a desgastar) se suman ya ese día los nervios. Me obligué a no dormir la siesta para tener más posibilidades de dormir por la noche, y estuve mirando en el móvil todos los mensajes de ánimo que me llegaban por cientos, y que luego me acompañarían en los peores momentos, bien lo sabe el cielo que así fue...

Tras cenar intento irme pronto a la cama, sobre las 23:30, aunque se que no voy a dormirme muy pronto, pero al menos intentarlo... mientras los demás se quedaban en la cocina preparando la comida para el reto: pasta con soja texturizada y tomate, bolitas de tofu, tortilla vegana de patata con verduras (espectacular Mari Jose), croquetas, empanada, hummus, queso vegano, los choriveganos de Elena (no quedó ni uno),... un festín sin duda. Pepe en particular se quedaba preparando su ya mítico café-bomba que tan bien me vendría luego en momentos particulares.

Conseguí dormirme pero a las 4 me desperté y empecé a darle vueltas a la cabeza hasta que un buen rato después, conseguí caer de nuevo. Poco rato después suena el despertador, son las 7:30 y a las 9:00 empezamos a pedalear.

Desayuno normal ya que la idea era luego ir parando algunos minutos para comer cada 100 kilómetros, cada 4 o 5 horas aproximadamente, así que tampoco era cuestión de inflarse ni meterle al cuerpo más de lo que pedía a esas horas.

Tras recoger todo en el alojamiento donde tan bien nos han tratado en estos dos días, montamos la bici en el coche y me llevan hacia Roncesvalles. Voy muy concentrado y bastante tenso, se que no puedo fallar y solo pienso en que ojalá tenga la suerte suficiente para que no ocurran cosas que puedan echar al traste con todo, ya que en algo tan largo mil cosas pueden pasar, como efectivamente así fue, aunque por suerte ninguna tan grave como para echarlo todo a perder.

Rondándome en mi coche de apoyo, ese maravilloso equipo formado por Mari Jose, Elena y Pepe, que no cesaron en todo momento de darme ánimos, cariño, bebida, alimento, soporte mecánico cuando aparecieron las averías... sin ellos no hubiera sido posible.

En una aventura tan larga es probabilísticamente imposible que no aparezcan los problemas, y ya finalizado todo puedo decir que eso hace que sienta aún mayor orgullo al haberlos superado. Al mismo tiempo es como si fuera una metáfora como el remar contra marea con el que los veganos estamos acostumbrados a luchar a menudo.

Como decía, empecé muy tenso, con el peso de la responsabilidad de todo ese trabajo que tenía que plasmar en ese día y medio, y sabedor al mismo tiempo de que mucha gente estaba pendiente de mi y había depositado su confianza, su cariño, aliento y apoyo en mi propuesta. Bajaba los descensos tieso como un palo los primeros kilómetros, hasta que por fin tras 20 o 30 kilómetros se impuso que consiguiera ir soltándome poco a poco. En un repecho al bajar al plato pequeño se me sale la cadena, me bajo y mientras la estoy colocando en su sitio, me pasa un hombre de avanzada edad en una mountain bike a un ritmo bastante bueno, y cuando me subo en la bici voy pensando en cogerlo pero veo que mira para atrás y no está dispuesto a que le eche el guante, así que al final me olvido de él, pensando que nuestras rutas ese día seguramente no se asemejarían mucho en kilometraje y no estaba yo para piques precisamente jeje. Debía llevar un ritmo sostenido que me hiciera ir a un ritmo vivo pero sostenible. Por suerte tantos años en esto de la bici hace que me conozca muy bien y sepa escuchar a mi cuerpo y saber el ritmo que debo aplicar en cada momento, terreno y circunstancia.

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Al llegar a Pamplona, de pronto el gps de mi bici se vuelve un poco loco (y eso que no suele equivocarse mucho) y me marca un desvío por donde no existía ninguno, y así acabé metiéndome por la ciudad a dar vueltas por unas avenidas llenas de rotondas que no te marcaban Logroño por ningún lado, hasta que por fin encaucé el camino de nuevo. En todo ese episodio acabé por perder al coche de apoyo y nos llamamos por teléfono para concretar que ya nos veíamos más adelante en el siguiente pueblo. Dejar de comerme el tarro tras este error, sabiendo que había gastado energías tontamente haciendo kilómetros extra... sabiendo que por delante me quedaban más de 700 kilómetros aún, no fue tarea fácil.

Tras kilómetros y kilómetros, no aparecía el coche por ningún lado y los vuelvo a llamar mientras subo el Alto del Perdón, de 750 metros de altitud, lleno de molinos eólicos en su parte superior, y me dicen que están esperándome en el pueblo de Puente la Reina, al otro lado tras salvar esta dificultad montañosa.

Allí como unos pinchos de tortilla, croqueta y bolita de tofu, y continúo muy animado, las sensaciones físicas eran muy buenas pero esto es tan enormemente largo que era todo un enigma y evidentemente el momento de lanzar las campanas al vuelo quedaba muy, muy... muy lejos.

Vamos pasando pueblos a un ritmo muy bueno, el viento aún no ha levantado mucho y ni me ayuda pero tampoco me molesta, llevo una media que ronda los 30 km/h y mi ambición es consolidarla todo lo posible para intentar llegar cerca de Galicia al menos con unos 25 km/h al día siguiente y así ir aproximándome todo lo posible a la idea que llevaba. Pero no contaba con lo que se me avecinaba inminentemente...

En Logroño nos recibieron 39,5ºC de temperatura, pero lo peor no fue eso. Cuando hice el trayecto para mi gps antes del reto, me metió por la vía de servicio de la autovía Logroño-Burgos, y esta parte del reto fue lo más estrambótico y delirante que nos ocurrió sin lugar a dudas, y mucho más allá de lo surreal: una vía de servicio que de asfalto se convirtió en pista de tierra, y de pista de tierra se convirtió en un infierno... zanjas, arena, piedras enormes en cuestas desproporcionadas... la frase “que hago yo aquí?” no dejaba de rondarme la cabeza en esos momentos. Seguir adelante por allí fue tirar una moneda al aire, sabiendo que si me caía y me hacía daño, todo habría acabado, y que desandar todo eso en esas condiciones buscando otra salida correcta hacia Burgos sería (de nuevo) hacer más kilómetros de los que ya eran de por si. Por fin aquel calvario terminó a la salida de unos huertos y enganchamos la carretera otra vez...

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Pero estaba claro que habíamos pillado los momentos de mala racha del día y esta vez si, el viento dijo de despertar y tal como habían anunciado las previsiones, lo hizo de cara y además con ligera pendiente ascendente. Por suerte me lo tomé con filosofía, confiando en las previsiones que también decían que conforme se acercara la noche, iría rolando de componente oeste a nordeste, algo que felizmente se cumplió conforme pasaron las horas y la luz iba menguando, y así inauguré el sector nocturno con ánimos y mucha entereza física. Un momento muy especial y nostálgico para mi fue parar frente a la base militar donde hice la “mili” en el año 1996, en el acuartelamiento de Castrillo del Val, ya a tan solo unos pocos kilómetros de Burgos. No quisiera haber hecho la mili en su momento, pero ya a posteriori allí quedaron muy buenos recuerdos, amistades y anécdotas. Ese fue el momento en el que aproveché para montarle las luces a la bici, abrigarme y ponerme el chaleco reflectante.

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Todo iba muy bien hasta el momento, el físico iba perfecto y mi paso por Burgos estuvo embriagado por la nostalgia de aquel periodo pasado por mi en esa bonita ciudad. Iba muy motivado pensando en devorar la noche, pensando que cuando amaneciera, supuestamente más o menos cerca de León, ya estaría en el mismo día en el que llegaría a Santiago y ya habría pasado dos terceras partes del reto. Pero aún quedaba mucha, mucha tela que cortar, y algunos desafíos que superar. Las horas van discurriendo sin mucho suplicio, el viento es casi inexistente y ruedo con comodidad, no hay mucho desnivel y el que hay lo libro con alegría. En el coche van preocupados por mi debido a la oscuridad reinante, sin ganas de dejarme solo, y en la casi siempre solitaria carretera se quedaban detrás mía cuando por detrás no se atisbaba ningún coche para ponerme las luces del coche y aumentarme la iluminación de la linterna de mi bici y mi compañera la luna llena, que fue cómplice durante esa noche y... la siguiente. Aunque sea algo bastante intangible, soportar una diferencia de temperatura de unos 30ºC es algo que al cuerpo le pasa factura. Alrededor de las 5 de la madrugada tenía pensado parar a desayunar unos minutos, para así comerle algunos minutos a la noche que tan dura se hace y tanto desgasta la visión. La idea si mal no recuerdo era parar a esa hora, pero no se atisbaba ninguna población, así que como la siguiente era si no me falla la memoria Mansilla de las Mulas, dejamos pasar más rato hasta llegar a esa población. Allí había que desviarse un poco de la N-120 que fue mi compañera durante tantas horas, para entrar en dicha población, así que opté por continuar en mi obsesión por no hacer kilómetros de más de los que ya había hecho, y esperar que más pronto que tarde apareciera algún lugar que estuviera al paso y con una mínima iluminación para poder comer algo. Y así llegamos a una gasolinera lógicamente cerrada a esas horas, pero con alguna que otra lúgubre farola, debajo de la cual aparcamos el coche. Los 10,5ºC de temperatura que me anunciaba mi gps hicieron que me diera una tiritona y que pensara en meterme en el coche a desayunar. Tras 5 minutos en los que me tomé un vaso de leche de soja con café con unas galletas de avena, empezó a invadirme una sensación de sopor muy grande y me dije “Perico tira para afuera y ponte ya a pedalear”, y es que tras más de 20 horas de esfuerzo, la capacidad de desplome que tienen los biorritmos es muy grande y muy rápido. Así que me puse de nuevo manos a la obra enseguida. Pepe me ofrece su café y me echo tres dedos en un bidón de la bici, y realmente funcionó, porque me dió una buena chispilla. Las fuerzas iban increíblemente bien hasta el momento, y los ánimos prácticamente a la par, pero... ese frío...

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Iba camino de León ilusionado pensando en que vería a mis buenos amigos Caty y Nori, que viven allí y que se habían ofrecido a recibirme a mi paso. Lamentablemente un despiste mío para haberles indicado con precisión mi paso por la ciudad, dio al traste con que ello se hiciera realidad. La luz del día se fue adueñando de todo mientras tanto, pero la temperatura ambiente no subía... ni la mía tampoco. Kilómetros después de León, ya camino de Astorga, volvemos a hacer otra parada en la que intento comer algo pero ya no me entra casi nada. Esa parada me sentó fatal, recuerdo sentir mucho frío y tiritar, así que lo tenía fácil: ponte ya a pedalear otra vez Perico. No veía el momento de quitarme la chaquetilla larga, la temperatura había subido algo ya, pero yo no entraba en calor.

Mientras tanto mi gps ya me anunciaba la primera de las dos largas subidas que se me venían encima, la primera El Manzanal (o Foncebadón, que es como se llama la localidad que hay en su cima), justo al salir de esa población, pie de puerto al que llegamos no sin antes dar alguna vuelta de más por la ciudad hasta coger la dirección correcta por una carreterilla que desde luego invitaba a la confusión. Después tras unos repechos había un desvío que era el marcado para el Camino de Santiago, y que yo tomo pero que el coche de apoyo se había pasado continuando por la carretera principal, así que tras un rato sin verlos ni escucharlos, los llamo por teléfono para indicarles. El puerto fue para mi el principio de mis padecimientos serios: es un puerto que para empezar no pensaba que fuera tan largo como resultó (26 kms), es un puerto abierto, muy abierto que además me recibió con viento de cara de nuevo, de este tipo de puertos que llamamos “pestosos” en argot ciclista, con asfalto parcheado y “botoso” como diría Perico Delgado, de ese en el que notas que la bici no rueda rápido. Ver que pasaban los kilómetros y que no acababa de progresar subiendo cada vez que miraba el gps, me fue minando bastante la moral, que no las fuerzas, que todo sea dicho, jamás flaquearon, bien fuera por puro físico, bien fuera por convicción, cabezonería, corazón, o un poco de todo.

No me quito la chaquetilla en toda la subida, seguía con el cuerpo destemplado, y esto nunca suele ser presagio de nada bueno encima de la bici...

Cuando tras más de una hora y media consigo llegar arriba, lejos de tener un respiro, miro el gps y... se había apagado. Le pulso para encenderlo otra vez y cuando se estaba cargando, se apaga otra vez a los pocos segundos, y así una y otra vez. Se ha muerto. Le había tenido que acoplar una batería porque la de estos chismes lógicamente no están hechas para aguantar 40 horas, sino unas 7 u 8, según su frecuencia de utilización, etc. Había ido perfecto este invento con la batería en entrenamientos anteriores pero precisamente ese día, se me muere. Esto fue un palo muy duro. Pero las malas noticias no habían terminado: me pongo a bajar el puerto y noto en la rueda trasera una vibración y ruido bestiales, la cadena se destensa e incluso hubiera temido por irme al suelo sino fuera porque fue una avería que ya conocía porque ya me ocurrió en esta rueda meses atrás: los rodamientos del núcleo se han jodido y cada vez que dejo de pedalear (algo que se impone en una bajada como esa, como es lógico) la rueda empieza a vibrar y a hacer ruido. Así que como llevaba mi otro juego de ruedas en el coche, paramos y cambio la rueda, y para abajo.

Llegamos a Ponferrada y paso la crisis mental más gorda de todas. Paro a intentar comer en serio, sabiendo que se me venía encima el siguiente puerto, Piedrafita do Cebreiro, de otros 26 kilómetros casualmente también, pero más duros además según tenía visto. Como algo de pasta pero ya no puedo más: lo destemplado que voy, el fin de mi gps, la rueda, las horas,... me derrumbo y me pongo a llorar. Pienso que no se como voy a subir Piedrafita, pero pienso como no dejé de hacerlo a cada pedalada, que no puedo fallar a mucha gente: a toda la que me ha apoyado en las redes sociales, a mis amigos que físicamente me rodean y que tanta fé tienen en mi, a Mari Jose, a Elena, a Pepe, a las amigas y amigos que dentro de pocas horas irían con toda su ilusión dirigiéndose hacia Plaza do Obradoiro, soñando con mi llegada, a mi querida y admirada Ruth Toledano que prometió ir a esperarme, a mi entrenador, a mi mismo y todas las horas derramadas en esto, pero por encima de todos, a los sin voz. No podía fallar. Imposible. Demasiada gente a la que no podía defraudar. Demasiados miles de millones de almas que cada día se apagan en el más miserable de los horrores en este mundo, como para fallarles. No.

Así que me cambio de ropa y me pongo la otra equipación limpia que llevaba, me pongo bastante crema de aloe vera donde la espalda pierde su honroso nombre y que ya tras unas casi 30 horas iba perdiendo la poca dignidad que le quedaba, y meto el pie en el pedal de nuevo...

Mari Jose fue poniéndome carteles durante todo el reto desde el coche que siempre me sacaban una sonrisa y un extra de ánimo. A esas alturas me saca uno que dice “tu fuerza es mejor que la tecnología”, lo que me emocionó muchísimo y al mismo tiempo me espoleó.

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Piedrafita es un puerto muy extraño porque te hace subir para luego conducirte al fondo de un valle otra vez que te obliga a mirar hacia arriba para atisbar donde tienes que acabar por subir.

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Cuando llegamos a pie de puerto volví a cambiar la rueda trasera, ya que la averiada no daba problemas mientras se tratara de subir, ya que obviamente hay que ir pedaleando todo el rato, y tiene más desarrollo para hacer más llevadera la subida que la otra, que está pensada más para llanear. Me puse en modo piloto automático pensando solo en echar una pedalada detrás de otra sin desesperarme ni comerme el tarro, pensando que cuando estuviera arriba ya todo lo peor habría acabado. Error garrafal, nada más lejos de la realidad.

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Y llegamos a Galicia...

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Me hacen una foto arriba mientras cambio de nuevo la rueda trasera ya con carácter definitivo al tiempo que la Madre Naturaleza me obliga a buscar intimidad detrás de unos arbustos para hacer lo que nadie puede hacer por mi.

Cuando llegamos arriba, el Camino de Santiago en dirección hacia Triacastela te hace ir bordeando una especie de circo de montañas que te obliga a ir subiendo otros tres puertos cortos alrededor del mismo. Era la seña de identidad de que acababa de entrar en Galicia.

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Tras salir de allí me encontré con lo inimaginable: una sucesión de innumerables cotas de 2-3 kilómetros cada una, bastante duras la mayoría, que rondarían muchas de ellas el 8% de media, algunas más duras aún. “A ciegas” ya sin mi gps, no podía saber lo que me esperaba por delante, y la primera docena de subidas las hice maldiciendo y jurando en arameo, pensando en cuando acabaría semejante tortura, mientras la noche me caía encima de nuevo, algo que pensé que no ocurriría cuando al amanecer de ese día le quité las luces a la bici, y de nuevo me tuve que ver colocándoselas otra vez cuando poco a poco, me cayó la noche encima otra vez.

A todo esto, a esas alturas ya no sabía muy bien ni como sentarme en la bici. Ni la mejor de las equipaciones, ni la más preparada de las badanas, está hecha para soportar 40 horas de bici, y las rozaduras en los apoyos en el sillín han aparecido y me van torturando, lo que hace que cada vez que me levanto de la bici para pedalear, al sentarme lo haga digamos que “con mucho cariño”.

Pero como algo bueno tenía que pasar, pasó una de las mejores cosas que me ocurrió durante el Camino, sino la mejor: aparece mi buen amigo Carlos junto con su estupenda novia Sonia, entre Triacastela y Sarria, que habían salido a buscarme con el coche a esos montes de la “vieja Gallaecia” como él siempre dice jeje eh Carlitos?. Nos damos un abrazo enorme... verle fue algo increíble y sin duda me infundió unos ánimos que no puedo describir con palabras. Nos conocíamos hace casi 10 años pero solo por internet (cada uno viviendo en una punta de España había hecho difícil hasta la fecha nuestro encuentro). Tras unos minutos donde entre otras cosas me explica que lo que me quedaba no iba a ser mucho más sencillo que lo que llevaba, retomo el camino.

Desde Ponferrada no había vuelto a comer porque solo pensar en ello me daban ganas de vomitar, e incluso ya no tenía ganas de beber, y tan solo pegué algún trago de los míticos cafés-bomba de Pepe, que me daban algo de chispilla...

A partir de ese momento decidí liberarme de toda esa negatividad fruto del cansancio que a esas alturas ya me devoraba, y fue como si conseguí entrar en una especie de estado zen donde me convertí en una especie de autómata con dos bielas por piernas. La oscuridad me rodeó, el coche de apoyo me pasaba en las bajadas y se iba a esperarme arriba en las subidas, y allí me quedaba yo solo, con la única visión del circulo de luz de la linterna de mi bici y la silueta del horizonte que se dibujaba en las nuevas montañas que una y otra vez aparecían delante, ayudada esa visión de nuevo por mi amiga la luna. Hubo un momento que cerré por espacio de cinco segundos los ojos en una de las subidas, y fue una sensación muy desagradable, así que me esforcé en no volverlo a hacer.

Allí solo, en la oscuridad en medio de esos bosques gallegos, me ponía a divagar, a veces cantaba, a veces hablaba en voz alta, en un estado de semi-delirio pero con la convicción inquebrantable de que lo iba a hacer, de que iba a llegar, sabiendo que ni el peor de mis momentos era comparable a ninguno del que tienen que sufrir los seres por los que estaba luchando en este reto. Parecía que los kilómetros no pasaban pero ya todo daba igual: lo iba a conseguir. Pensaba todo el tiempo en los sin voz, y también en la gente que me estaba esperando en Obradoiro, y en todos los amigos que tanto cariño y apoyo me han dado en las redes sociales. Imposible fallar, literalmente. Llegar o morir. Miro al cielo estrellado y cojo el anillo de mi madre que cuelga de mi cuello y lo beso: “ayúdame mamá”.

Ha pasado ya más de una semana desde que terminé el reto, y aún no he alcanzado a saber como explicar qué es lo que me ocurrió en Galicia para no bajarme de la bicicleta. Antes del reto, leía los comentarios de mucha gente que me decían que el Santo Santiago me ayudaría, que la magia del camino me protegería. Seguramente algo de eso hubo, pero la convicción que tengo sobre como todo el cariño que he ido recibiendo antes, durante y después de esto me llevó en volandas, es algo que solo viviéndolo en una circunstancia como la que yo viví, puede llegar a sentirse, porque no atino a encontrar las palabras. Solo se que en la oscuridad de esos valles, en esa soledad, no estaba solo.

Y por fin acaba la pesadilla, tras subir una última cota, arriba hay una rotonda que hacia la izquierda te manda hacia un camino de tierra para las bicis del Camino, que lógicamente no estaba dispuesto a usar tras haber salvado el pellejo en la de la vía de servicio de la autovía de Logroño. Hacia la derecha un cartel marcaba dirección a otros pueblos, Pepe se va con el coche a ver si conduce hacia Santiago en algún desvío cercano, pero vuelve con noticias negativas al respecto. Y la salida hacia adelante de la rotonda: autovía, que era la única opción que me quedaba entonces. Y así me metí en la autovía, a esas alturas intentando rodar lo más rápido que podía, pensando que lo único que me quedaba era que me pillara la Guardia Civil, me multara y encima me obligara a montarme en el coche después de 800 kilómetros sin hacerlo... por suerte a esas horas ya casi no había tráfico y tras un buen repecho y una primera salida que no conducía a la ciudad, en la segunda salida nos vamos fuera hacia “San Marcos” si mal no recuerdo, y tras una serie de callejeos conseguimos llegar a la ciudad.

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Desde el coche me hacen gestos de victoria y me siento muy feliz, aunque el cansancio parece que me bloqueaba las emociones. Tras alguna vuelta que otra sin aclararnos muy bien de por donde paraba la Plaza del Obradoiro, al fin la encontramos, mi equipo mete el coche en un parking y mientras lo hacen y se van hacia la Plaza, me siento en un banco y miro al cielo besando el anillo de mi madre. “Lo he hecho mamá, lo he conseguido”. La estrella que estaba mirando centellea y pienso que me has guiñado un ojo. Siempre me cuidas, mamá.

No podía llorar. Tantas veces que he recreado este momento en los entrenamientos y lloraba solo de imaginarlo, y cuando llegó el momento, agotado por el cansancio y el sueño, no me salían las lágrimas. Tan solo afloraron un poco cuando en una casi solitaria Plaza del Obradoiro, la docena de corazones que estoicamente habían estado allí aguantando el frío que a la 1:30 de la madrugada ya hacía allí, se pusieron a aplaudirme y vitorearme.

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Allí estaban Olaia, Jessica, Raul, Duska, Ce, mi querido Carlitos, Ruth, Juan (perdonad si me dejo a alguien), allí estuvieron aguantando estoicamente las horas y el frio que a esa hora ya se hacía notar allí. Me regalan además una preciosa camiseta de “tauromaquia abolición” y mi equipo me sorprende regalándome un trofeo y otra camiseta que anuncia la consecución del reto. Gracias chicos, sin vosotros jamás esto hubiera sido posible... jamás hice algo en lo que tanta gente hubiera puesto su granito de arena, y eso sin duda lo ha hecho tan grande.

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Tras un buen rato de fotos, abrazos, bromas y anécdotas que contar, nos despedimos y nos vamos con mi amigo Carlos hacia Monforte de Lemos, donde nos ha buscado un hotelito muy majo y a un precio asequible, así que después de todo esto, nos quedaba una hora y media de camino en coche aproximadamente.

Carlos me va dando conversación pero en cuanto pasaron unos minutos me fue imposible mantener la consciencia, sentado en el asiento del copiloto. Mientras detrás en mi coche, mi equipo venía detrás nuestra... hasta que Carlos deja de verlos por el retrovisor. Podría haber pasado una desgracia pero por suerte quedó en un buen susto: se durmieron en el coche por unos segundos y el sonido del roce contra el guardarrail les despertó. Por suerte todo ha quedado en un poco de chapa y pintura que se arreglará cuando sea posible, pero nunca me hubiera perdonado que les hubiera pasado algo después además de la soberana paliza que se metieron para hacer posible todo esto, salvaguardándome en todo momento y dandome todo su soporte y cariño.

Y así llegamos a Monforte a las tantas de la madrugada, donde pudimos descansar a pierna suelta, y donde mi buen amigo Carlos nos hizo de perfecto anfitrión haciéndonos pasar por allí unos días inolvidables junto con su novia Sonia: visita al balneario donde pudimos relajarnos tras la dura aventura, nos hicimos amigos de los patos y ocas del rio que pasaba junto al hotel, también visitamos las cañadas del Rio Sil, también pude conocer a la simpática madre de Carlos, su anciana y guapa perrita Nouma, su gato Enzo, y hasta un jilguero que no puede volar pero disfruta libre en su casa. Y tras ello una inolvidable visita al Santuario Mino Valley, donde pudimos conocer a esas dos extraordinarias personas que son Abigail y Mike que nos enseñaron a todos los peques del santu y también el cariño y el amor que les ponen a todos con casi inexistentes recursos (por favor quien pueda que les ayude, apadrinando, haciéndose socio, o bien con un eurito al mes en su teaming). Si los conociérais no dudaríais un instante en hacerlo en vuestras posibilidades, de eso estoy seguro.

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Y tras esos días allí, nos vamos hacia Costa da Morte, concretamente a Carnota a casa de Ruth y Juan, que nos acogen con una hospitalidad y cariño enormes, y donde pasamos 24 horas que ninguno olvidaremos. Disfrutamos de un potaje de verduras y garbanzos increíble de Ruth (que bueno estaba, se me saltaron las lágrimas) y luego nos fuimos a su “playa privada”, un paraíso de arena blanca donde disfrutamos de un paisaje y unos momentos sin igual. Conocimos a Nica, Brando, Pizca y Dami, los peques de su hogar, todos salvados de un destino cruel, y como la tarde aún daba para más, nos fuimos a visitar el mirador de Ezaro, pero en los planes de Juan y míos estaba subirlo... en bici!!!, y así hicimos mientras los demás nos seguían en el coche, Juan y yo nos retorcíamos en las durísimas rampas de esa ya mítica ascensión, y... lo logramos!!!. Que duro fue, pero allí en esa carretera nació el Ezaro Team verdad Juan? jajajaja

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Tras descansar plácidamente esa noche en su casa tras una reparadora cena con los ya también míticos “spaguettis al Ezaro”, amaneció un día espléndido y tras disfrutar de un desayuno de anuncio con vistas al mar (no tuvimos la suerte de ver delfines pero nos contaban que los ven casi todos los días) y una grata entrevista con Ruth, que si no pasa nada tomará forma de publicación en el brillante blog animalista de Diario16 “el caballo de Nietzsche” dentro de unas pocas fechas, tuvimos lamentablemente que poner fin a tan inolvidable estancia y tras despedirnos de ellos, pusimos rumbo a Valladolid, donde Elena nos hospedó en su casa, no sin antes prepararnos una fantástica cena compuesta por hamburguesas veganas y arroz con salsa de tomate y especias que estaba increible.

Tras eso al día siguiente pusimos rumbo a Madrid donde la fantástica compañera y amiga Diana me entrevistó para TvAnimalista y ya tras una gran comilona en un buffet vegetariano como fin de fiesta, nos despedimos de Elena y pusimos rumbo a Murcia.

167 mil pedaladas por los sin voz... aproximadamente esas fueron las que di durante las alrededor de 40 horas y media que duró este proyecto en forma de reto deportivo que me planteé a principio de temporada para intentar seguir ayudando a derribar mitos a quien de verdad sincera y honestamente tiene apertura de miras para replantearse hábitos que jamás se replanteó, y ganas de cambiar verdaderamente.

Y así acaba esta historia. Yo no soy un personaje público, ni un deportista famoso, y por tanto se que esto no alcanza a tener la repercusión que tienen las últimas declaraciones de Belén Esteban o el último amorío de cualquier otro celebrity. Pero me gustaría que a quien alcance esta historia, por favor piense que ese trozo de carne en su plato, ese queso, ese vaso de leche, esos huevos, tienen detrás una historia de horror insufrible e inimaginable de alguien que sintió, que amó, que querría haber podido luchar por su vida como nosotros lucharíamos si alguien nos fuera a arrebatar la nuestra, pero a cambio vivió horrorizado su corta existencia y murió de la misma forma. Basta ya por favor, basta ya. No necesitamos que un corazón muera para que el nuestro siga latiendo.

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Go Vegan!