Han pasado ya dos semanas desde mi primera maratón. Tiempo suficiente para recuperarme algo y reflexionar. Afrontaba la para mí "gran prueba" todavía lesionado, con la rodilla débil y dos meses de elíptica, un poco de bici, natación..., nada de correr al aire libre. Sólo con una expectativa y una duda ¿puedo superarla?
Dos días antes pasé por la feria del corredor y pude animarme, vivir el ambiente de la competición, los escaparates con sus gadgets indispensables, las ofertas de todo tipo en material, suplementos alimenticios súper-naturales (pero no veganos, para variar) y los viajes y eventos venideros, que siempre despiertan el gusanillo, la ilusión por nuevos retos. Y con mi dorsal y las instrucciones de la carrera, no podía echarme atrás. La consigna: ir muy tranquilo, y hasta donde llegue, disfrutando, sin martirio inútil.
Madrugo y desayuno bien, yogur de soja, fruta y muesli, preparo bolsa y detalles, buena música y al metro: ¡abundan los corredores! Salgo con poco tiempo por delante, tampoco me apetece corretear, ya calentaré en 42 K. Eso sí, unos estiramientos suaves, y al cajón azul. El ambiente es impresionante sobre la plaza España, pese al día gris y la llovizna que cae; todo es emoción, y yo formo parte de este tinglado ¡por fin!
Confetti de salida con Queen, viva Barcelona, y salgo lo más calmado que puedo, dejo que todos pasen, que todos me adelanten, es vital ahorrar esfuerzo ahora. Además, de inicio ha un ascenso progresivo que termina con un rodeo al Camp Nou, en el K10. Entonces se ha despejado un poco el cielo y recojo el primer botellín. Estoy cansadete, ha subido la temperatura. No siento molestias de ningún tipo, la rodillera funciona, pero veo la liebre de 3'45 y me temo que he ido demasiado rápido con la misma relajación. Busco una referencia mejor. Un trío de daneses me hacen de parapeto, lentos, unidos y seguros, conversan y disfrutan la ciudad.
Mantengo ese ritmo y me distraigo con la variedad de nombres, países, consignas, camisetas y banderas. El público crece alrededor del recorrido, es fantástico pasar junto a la Sagrada Familia y sentir los aplausos, el griterío, la música del grupo de animación..., sin embargo, percibo una fatiga inusual, que me hace dudar el que acabe la prueba ¡no llevo ni la mitad! Hasta el k20, se perfila una recta interminable, una ida y vuelta a la Meridiana, una marea de corredores en diferente dirección a ambos lados, y cuesta motivarse con el castigo que llevan mis piernas, tanto que creo que mi muro acaba de empezar, y que sólo si llego al k25, inalcanzable en este momento, quizá supere la maratón.
Cuando por piedad salimos de la sufrida avenida, con la fálica torre espacial de Agbar de fondo, agarro los geles, el pogüereid, el agua, una esponja..., todo vale ya para seguir, y la verdad es que me reconforta. Debe de ser la chuta rápida de cafeína y azúcar, pero sigo adelante. De emergencia llevaba dátiles y plátano seco en el bolsillo, aunque lo reservo para el final, como pequeño premio. Ahora toca doblar la Diagonal y plantearse ir de cinco en cinco, conseguir otro avituallamiento, y que el cuerpo aguante. Por el camino me distraigo en la infinidad de mensajes, muchas proclamas independentistas, camisetas contra el cáncer, o enfermedades raras, corredores por un sueño, otros con la foto de un bebé, o de alguien que se ha ido..., y, ¡hasta un vegano! Pinta de adolescente británico gafapasta, nothing can stop veganism, me gustaría alcanzarlo y saludar, pero sus pasos son demasiado ligeros.
No sé si llega el mítico muro o no, temo que las rampas van a por mí y se finiquita mi carrera, así que bueno, la idea es llegar, y como voy a necesitar un lavabo después de tanta ingestión insana, y abundan los corredores que buscan cualquier esquinita y me dan ya envidia..., encuentro una palmera discreta, estiro un poco y me ajusto la rodillera, que se me clava a muerte con la hinchazón. He pasado más de media maratón, sigo en pie y aún puedo correr.
Paso por el k30, ¡gracias a la fruta! Devoro plátano y medias naranjas, camino tranquilamente, compruebo que los dolores en brazo y piernas son sostenibles, estiro un poco, ¡cinco más! El paisaje costero me anima, sé que queda menos. Forum, Por Olímpic, las torres Mapfre..., la multitud y los mensajes de ánimo impresionan, y siento no poder dar más de mí para corresponder. Pero sonrío, camino y estiro, disuelvo los posibles calambres, arranco despacito. Duro repecho en el Arco de Triunfo, un ratito a pie y otro caminando, luego habrá bajada desde Plaza Catalunya y mmm más fruta.
Sonrío y disfruto de lo que me rodea, como un héroe que vuelve a casa malherido. Colón está ahí delante, llega el k40, señala la meta. La larga recta hasta el final, la subida del Paralelo, sólo puede hacerse porque sabes que se acaba la carrera. El ambiente es inigualable, el significado y el calor de la gente hacen que todo empuje y no importa el dolor, las lesiones, lo que pase después. Cruzo la línea con una sonrisa y una satisfacción única, esto es increíble, vale la pena, no quiero marcharme de aquí.
Recibo la medalla oficial, mis 4h 10' son un milagro tal y como ha ido el día. Me planto en la mesa de comida y allí me quedo, ante la mirada atónita de los voluntarios: puede que diez naranjas, lo mismo en plátanos, unos puñados de fruos secos, el banquete de la victoria..., soy feliz, destruido, empapado, casi sin poder andar, soy feliz. No sé si superaré la próxima, este 7 de Abril, en París. Demasiado cerca, demasiado tocado. Pero estaré en la salida en busca de esa felicidad, tan rara, tan sufrida.